Su extraña enfermedad mental fue desapareciendo paulatinamente, al mismo ritmo que iba empeorando la comida que le servían en el hospital psiquiátrico.
El náufrago tuvo que comerse a sí mismo para no fallecer de hambre, y lo hizo con avidez. Cuando llegaron los del equipo de rescate ya sólo quedaba la dentadura, castañeteando todavía.