El sueño se repetía: lo despertaban los cantos de los pájaros, se asomaba a la ventana abierta y veía los prados verdes, el bosque de coníferas y las azules montañas a lo lejos, fundiéndose con el horizonte. Sentía después que el cansancio se apoderaba de él y volvía a acostarse en la cama, quedando dormido al instante.
Despertaba con la algarabía de los transeúntes, abría la ventana y la ciudad se mostraba en plena efervescencia matutina: niños hacia el colegio, adultos hacia el trabajo, viejos a ninguna parte y tráfico en todas las direcciones. Entonces volvía a sentirse con ganas de seguir durmiendo y se acostaba sin tardar en conseguirlo.
Poco después eran los gritos de las gaviotas los que lo despabilaban, se iba a la ventana y al abrirla entraba una brisa cargada de aromas marinos. Las casas blancas salpicaban el monte y abajo en la playa los pescadores salían a su quehacer surcando con sus frágiles barcas el majestuoso mar. Al cabo del rato se sentía otra vez pesado y volvía a dormirse en su cama.
Lo despertaban los pasos del vigilante, se levantaba para abrir la ventana medio sonámbulo, poco después se percataba de que su celda no tenía ventana. Se acostaba triste y cansado, intentaba dormirse, sin conseguirlo.
fin
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