En el paredón el espía pidió su último deseo: difícil petición, dada la escasez, pero el sargento le ofreció el único cigarrillo de la compañía, desoyendo las airadas protestas de la soldadesca.
Fumó con tan grande placer, que los del pelotón de fusilamiento envidiaron, de veras, la suerte de aquel hombre.
Lo frieron a balazos antes de que el sargento diera la orden.
Fin
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